



Sostiene Pereira que estos días ha recordado su niñez y adolescencia al leer en los “papeles” la adjudicación, por fin, del nuevo Contrato de Basuras por parte del Ayuntamiento de Ávila. La noticia le llevó a preguntarse el porqué esta sociedad produce tanta basura mientras en su pueblo apenas la vio. Allí y entonces, todo se aprovechaba, bien para los animales domésticos si eran residuos orgánicos o bien para remendar o componer otros utensilios si los primeros ya no podían hacer su función. Recuerda cómo su padre hacía unos dediles muy eficaces contra las tarascadas de la hoz, con unos clavillos y el cuero de las viejas sandalias rotas de andar por los caminos polvorientos. También, “fabricaba” las abarcas con la rueda gastada de alguna moto que recogía en algún taller mecánico de la capital. Recuerda cómo el señor Flores (Moya), el hojalatero, recalaba por el pueblo con su vespa y, con unas sencillas y mágicas lañas, cosía las cazuelas de barro desportilladas, los pucheros rajados y los platos azulones de cerámica de Talavera. También restañaba la cobra, las sartenes y el caldero de cobre donde se hacían los ricos chicharrones. Era una obra de arte que hacía casi eternas las vasijas. Jamás vio que rezumaran aquellos cachivaches alañados. Y los niños ensimismados veían en vivo y en directo la obra de aquel artesano o artista, que era por las mañanas, cree recordar, guardia municipal en la capital.






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Y todo por querer poner nombre con sentido, ilustre e inteligente, a una Estación sin nombre... Estación de trenes Teresa de Ávila



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