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Barcelona -
Últimamente, vamos a desastre por semana. A veces son desastres que duran mucho y otras menos, pero no nos podemos relajar mucho, porque enseguida ¡PAM!, otro desastre. Las guerras son un desastre, todas, sin excepción. En Siria la cosa parecía “relativamente” calmada los últimos años, pero de golpe, en pocos días, todo ha cambiado. Al Asad ya no es su presidente vitalicio; los “rebeldes” han tomado el poder. Lo de Siria recuerda mucho, sospechosamente, a lo que ha pasado en otros lugares (Libia, Egipto, Túnez, Afganistán…). Los Estados Unidos (y sus súbditos) apoyan a unos “rebeldes” para que tomen en poder en algún sitio donde no les gusta el gobernante actual; para complicar más las cosas, el gobernante de turno resulta ser un dictador convencido de que él, y sólo él, es capaz de dirigir el país (tengo pendiente escribir sobre aquellos que se creen más inteligentes que sus pueblos). Así, entre los opositores están los, como no, armados hasta los dientes por las “democracias occidentales”, pero también hay personas que genuinamente les gustaría que su país gozara de más libertades y justicia. De esta forma, los medios masivos occidentales nos muestran la cara amable de los genuinos demócratas, mientras nos esconden la cara bastante menos amable de aquellos que aspiran a reemplazar al dictador de turno por ellos mismos. Esto es lo que hemos visto en los ejemplos indicados más arriba, y en muchos otros casos.
Frente a esta situación, el sistema nos pone en una dicotomía: ¿apoyamos al dictador de turno, que atornillado al poder, parece ser el mal menor? ¿O apoyamos a los “rebeldes” que avanzan a sangre y fuego con la bandera de la libertad? Yo lo tengo claro: no me gustan ni los unos ni los otros, porque estos dos bandos quieren imponer su visión con la violencia. En el caso de Siria, creo que no se trata de elegir entre Al Asad y el HTS (que parece ser el grupo que encabeza la rebelión, un grupo que se supone que antes formaba parte de Al Qaeda y que ahora, misteriosamente, resultan ser unas hermosas y democráticas hermanitas de la caridad), porque ambos han apostado por la violencia siempre.
Nunca me gustó Gadafi, pero la Libia actual es mucho peor que cuando estaba él; nunca me gustó Al Asad, pero me temo que la Siria que se viene será bastante peor.
Hasta aquí, lo que podríamos llamar el “análisis estándar” de la situación. Hay muchos análisis infinitamente mejores, como por ejemplo el de Craig Murray, publicado en el blog de Rafael Poch, o el de Germán Gorraiz López, publicado en Pressenza. Así que me gustaría aplicar una mirada un poco distinta, para que valga la pena leer este artículo.
El sistema ya no se aguanta más, se van cayendo los trozos por todos lados, y para colmo caen sobre nuestras cabezas. Estamos más cerca que nunca de una guerra nuclear, que haría parecer un alegre paseo primaveral a la situación actual de Ucrania o Siria, y también estamos acercándonos a pasos acelerados a una crisis ecológica sin precedentes. Yo vivo a unos 2 km de la costa mediterránea, a unos 40 metros de altitud, y siempre hacemos la broma de que como sigamos así vamos a terminar en primera línea de mar. Es cierto que mientras las cosas no se pongan muy mal de verdad para todos, tenemos que seguir viviendo, y mientras tanto seguimos disfrutando de ordenadores, de series y películas, de restaurantes… Bueno, no todo el mundo disfruta de estas cosas, pero todavía hay mucha gente que se puede dar estos lujos.
Tampoco podemos olvidarnos de que en el pasado ocurrieron desastres incluso mayores: guerras de 30 o de 100 años, pestes que acabaron con casi la mitad de la población de Europa, dos guerras mundiales en el siglo XX, masacres en Vietnam o Camboya… En fin, todo un rosario de desastres. Lo que distingue la situación presente es su alcance planetario.
Mirado desde otro punto de vista, uno algo más optimista, esto es como el amargo remedio de una enfermedad, una larga enfermedad llamada violencia, que está dando los últimos (ojalá) estertores. El futuro del ser humano es sin violencia, sin que unos opriman a otros, pero para llegar allí todavía nos falta un poco. Todavía tenemos que superar a los Trump y Putin de turno, por citar a los más vistosos (perdón, pero no puedo evitar reirme cuando imagino a estos ridículos personajes, uno que podría ser un personaje de Kurt Vonnegut y el otro de Nicolai Gogol, a cual más caricaturesco). No tengo dudas de que vamos en esa dirección, y que poco a poco iremos vislumbrando ese futuro tan ansiado, aunque nos falte precisar el día y la hora.
Sasha Volkoff
Nacido en Argentina, reside en Barcelona. Es activista del Movimiento Humanista desde 1984, siendo parte del equipo que impulsó la refundación del Centro Mundial de Estudios Humanistas en el presente siglo. Actualmente es miembro del Centro de Estudios Humanistas Noesis. http://movimientoforma.blogspot.com
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