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Santiago de Chile - Felipe Portales
Luego del desplome de la Unión Soviética –y desoyendo las propuestas pacíficas de Gorbachov, e incluso las sabias advertencias de numerosos diplomáticos e intelectuales estadounidenses- Estados Unidos acentuó su imperialismo, particularmente en Europa, a través de una política de ampliación indefinida de la OTAN, alianza militar en la que tiene clara hegemonía. Con ello “obligó” virtualmente a una cercada Rusia a reaccionar militarmente contra Ucrania. Así, como el despliegue de misiles nucleares que apuntaban a Estados Unidos “obligó” a Kennedy en 1962 a imponer un estricto bloqueo de Cuba. Asimismo, Biden ha brindado todo el apoyo militar, político y económico a la extrema derecha israelí en su política genocida respecto de Gaza.
Y ahora sorprendentemente Trump -que como candidato se mostró, al menos respecto de Rusia, mucho menos belicoso- ha enarbolado un discurso impúdicamente imperialista respecto del canal de Panamá y de Groenlandia. Ha amenazado, incluso, con ¡retomar el canal por la fuerza, si no les bajan las tarifas a los barcos estadounidenses que pasan por allí!
Es claro que la construcción de dicho canal (desde 1904 hasta 1914; y que involucró el desmembramiento de Panamá de Colombia) fue un eje central que constituyó a Estados Unidos en un poder imperial rival del Reino Unido y de Francia (recordemos que capitales franceses infructuosamente habían intentado construirlo años antes), además de la apropiación de los remanentes del imperio español en América y Asia. Y que en las primeras décadas del siglo XX lo llevó a efectuar numerosas intervenciones armadas y ocupaciones en países de Centroamérica y del Caribe. ¡Pero de esto ha pasado ya un siglo! Y pese a que el poder de Estados Unidos se acrecentó muchísimo entre tanto, también es cierto que los progresos de la humanidad hace tiempo ya que han virtualmente impedido que las pretensiones imperiales sean tan excesivas e impúdicas como las formuladas ahora por Trump.
Pareciera que el electo presidente quiere “volver” a 1905 cuando el entonces presidente Theodore Roosevelt (1901-1909) declaró que la posesión del canal por Estados Unidos se fundamentaba en la Doctrina Monroe de 1823 (“América para los americanos”) y que “por razones de autodefensa” sería necesario “vigilar atentamente los accesos al canal” y “cuidar sin descanso nuestros intereses en el Mar Caribe” (Albert K. Weinberg.- Destino Manifiesto. El expansionismo nacionalista en la historia norteamericana; Paidos, Buenos Aires, 1968; p. 373). Y a 1904 en que Roosevelt desarrolló aún más la Doctrina Monroe en términos de “dotar” a Estados Unidos de un “poder de policía internacional”: “Si una nación demuestra que sabe conducirse con eficacia y decencia razonables (…) no tiene por qué temer la interferencia de Estados Unidos. Las infracciones crónicas o la impotencia (…) puede provocar en definitiva, tanto en América como en otros lugares del mundo, la intervención de una nación civilizada, y en el hemisferio occidental la adhesión de Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede obligar a este país, por mucho que le desagrade, en los casos flagrantes de infracción o de impotencia, a ejercitar el poder de policía internacional” (Ibid.; p. 398). O a compartir un editorial del diario Chicago Tribune en 1916 que señalaba: “La región del Caribe será dominada por Estados Unidos porque es esencial para nuestra seguridad. Hemos construido el canal porque en un sentido especial necesitamos no compartirlo con el mundo; y una vez realizada la obra reconocemos en ella nuestra frontera y debemos hacer todo lo posible para que no pase a poder de un rival” (Ibid.).
Y respecto de posesiones danesas como Groenlandia –aunque estando lejos del Caribe- Trump podría también compartir posiciones como las que tuvo en 1917 el gobierno de Woodrow Wilson (1913-1921) –un demócrata teóricamente menos imperialista que los republicanos- en que virtualmente obligó a Dinamarca a venderle a Estados Unidos unas islas del Caribe (Indias Occidentales) aduciendo que Alemania (en la guerra mundial) podría absorber a Dinamarca y quedarse con ellas. Y específicamente compartir las expresiones de su secretario de Estado, Robert Lansing, quien para justificar el tratado de compra-venta en el Congreso, señaló: “El Caribe pertenece a la particular esfera de influencia de Estados Unidos, especialmente después de completada la construcción del canal de Panamá, y la posibilidad de que una cualquiera de las islas que ahora se encuentran bajo dominio extranjero pase a otra soberanía preocupa gravemente a Estados Unidos” (Ibid.; p. 377).
Y en esta línea quizás Trump –dada su anunciada política de MAGA (Make America Great Again)- compartiría también los planteamientos que hizo el mismo Wilson, cuando trató de convencer infructuosamente al Congreso de su país de que Estados Unidos se incorporase a la Liga de las Naciones: “De ningún modo puede creerse que dejaremos de ser una potencia mundial. De lo que se trata es de saber si podemos rehusar el liderazgo moral que se nos ofrece, y si hemos de aceptarlo o de rechazar la confianza del mundo. La escena está dispuesta, el destino revelado. No se ha realizado por obra de un plan que nosotros hayamos concebido, y por el contrario, es la mano de Dios la que nos ha conducido por este camino. No podemos volvernos. Sólo podemos seguir adelante, con los ojos en lo alto y el espíritu animado, para seguir esa visión. Con eso precisamente soñamos al momento de nacer. En verdad, América debe mostrar el camino. La luz se derrama sobre este sendero que se abre ante nosotros, y en ninguna otra parte” (Ibid.; p. 435)…
Y dadas sus paranoicas alusiones a un eventual control de China del canal, es muy probable que Trump comparta la definición de la “política del istmo o del canal” que formuló el secretario de Estado de Warren Harding (1921-1925), Charles Hughes: “Tenemos una definida política de protección del canal de Panamá. Entendemos que para nuestra seguridad nacional es esencial mantener el control del canal, y no podríamos ceder a ninguna potencia el mantenimiento de posiciones que interfiriesen con nuestro derecho a proteger adecuadamente el canal, o que amenazasen sus accesos o la libertad de nuestras comunicaciones. Esto se aplica tanto a las potencias americanas como a las no americanas” (Ibid., p. 373).
De forma insólita (aunque en verdad no lo es tanto, conociendo al personaje) hemos visto como el propio Trump se expresó en muy buenos términos del recientemente fallecido presidente Jimmy Carter, cuyo principal logro fue haber convenido pacíficamente en 1977 (para hacerse efectivo en 1999) la justa y necesaria devolución del canal de Estados Unidos a Panamá…
Lo que sí es casi increíble es la debilísima reacción mundial suscitada por las insólitas declaraciones y amenazas de Trump. Es cierto que Europa y América Latina están en una muy deteriorada situación de prestigio y poder. Pero aquellas bárbaras intenciones expresadas sobre Panamá y Groenlandia merecen una respuesta mucho más vigorosa, por razones elementales de dignidad y política.
Felipe Portales Chileno, Sociólogo de la Universidad Católica; Director de Derechos Humanos de la Cancillería (1994-1996); Académico de la U. de Chile (2005-2017). Escritor: "Chile: una democracia tutelada"; "Los mitos de la democracia chilena" (dos volúmenes); "Historias desconocidas de Chile" (dos volúmenes).
Noticia tomada de Pressenza
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