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Pachamama, la raíz negada de una Argentina que quiere ser blanca

El Día de la Pachamama y los pueblos indígenas. Las políticas extractivas, los territorios, el racismo, los que quieren ser «blanquitos y europeos»

Argentinos en España02/08/2024RedacciónRedacción
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(Imagen de Nicolás Pousthomis)

Ciudad de Buenos Aires, Argentina - 

El 1 de agosto, la caña con ruda, el Día de la Pachamama y los pueblos indígenas. Las políticas extractivas, los territorios, el racismo, los que quieren ser «blanquitos y europeos» y los derechos que no se cumplen. Un momento de encuentro, agradecimiento y celebración, pero también de reflexión y acción para construir otras sociedades.

«El 1 de agosto es un día muy sagrado para nosotros. Es cuando agradecemos a la Pachamama, nuestra Madre Santa Tierra por todo lo que nos ha dado y por lo que le dará a nuestros hijos y nietos», explica Guillermina Guanco, de la Unión de los Pueblos de la Nación Diaguita (UPND) de Catamarca. Es uno de los momentos más importantes de las comunidades originarias andinas. Muy lejos de la mirada turística y urbana superficial, es una celebración profunda, atravesada por valores como la solidaridad, la reciprocidad y el agradecimiento. Y también es un momento de reflexión política y resistencia.

La Argentina originaria, de norte a sur, plantea presentes y horizontes que incomodan, ideas que la derecha quiere desterrar y que el progresismo (y hasta sectores de la izquierda) no quiere escuchar.

De ritos y mates, de barcos y racismos

Cada 1 de agosto se vuelve «noticia» la caña con ruda. Las radios y canales porteños, tan ajenos a las noticias «del interior», de repente se vuelven afectos a la cultura popular y llenan minutos con el tradicional rito. Pero lo banalizan y rara vez hablan del presente (y futuro) de esos territorios.

La caña con ruda tiene raíces en Corrientes y Misiones, tierras con historia de criollos y guaraníes. «Se viene agosto, el frío. Y por eso veneramos a la Madre Tierra, que prepara la primavera y el florecer. Y por eso nos juntamos a tomar la caña con ruda, que santo remedio fue. La nación chamamecera, vamos con el viejo ritual deseando al otro el bien», relata Julián Zini.

De la misma región, y de raíces indígenas, proviene el mate, denominado desde 2013 (y por ley) como «infusión nacional».

Pero, a pesar de las costumbre, los ritos y las fechas, la negación de la Argentina indígena es común. Solo como botón de muestra sobresalen las posturas de tres presidentes.

“Somos hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes. Esto es la Argentina”, afirmó Cristina Fernández de Kirchner en abril de 2015. Mauricio Macri fue por más en enero de 2018: «En Sudamérica todos somos descendientes de europeos». Y Alberto Fernández retrucó en junio de 2021: «Los argentinos llegamos de los barcos».

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Foto Colectiva Luan/Minga. Fotos libres para la soberania alimentaria y el buen vivir

Paz Argentina Quiroga, autoridad del Pueblo Huarpe de San Juan, resumió hace años: «Vivimos en una sociedad con aristas bien marcadas de racismo y xenofobia. Nuestras banderas son negadas porque buena parte de la sociedad argentina reniega de su origen, muchos argentinos quieren ser blanquitos y europeos. Pero a esa sociedad le tenemos malas noticias: somos pueblos preexistentes a la propia Argentina, relegados en los 200 años de conformación del Estado, y seguiremos luchando hasta que se cumplan nuestros derechos».

Nuevo Gobierno, más extractivismo

Javier Milei aún no se refirió a los pueblos indígenas, pero sus decisiones de gobierno son claras: desfinanció (e intenta el cierre) del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI); nombró al frente del ministerio de Seguridad a Patricia Bullrich (abanderada de la campaña antimapuche y responsable política del asesinato por la espalda de Rafael Nahuel); y, sobre todo, la aprobación del Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), que busca profundizar el extractivismo en todos los territorios.

El principal argumento para la «búsqueda de inversiones» que provocaría el RIGI es la «seguridad jurídica» que pretenden las empresas.

Los pueblos indígenas también debieran tener seguridad jurídica con la cantidad de leyes que los avalan: Artículo 75 de la Constitución Nacional, Ley Nacional 26.160 (de emergencia territorial y freno a los desalojos), Convenio 169 de la OIT (que tiene rango supralegal) y la Declaración de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, entre otros. Y también los derechos ambientales: Principio Precautorio (vigente en la Ley General del Ambiente), Ley de Bosques y de Glaciares, e incluso el reciente Acuerdo de Escazú.

El Poder Judicial, salvo muy raras excepciones, no hace cumplir esas normativas. No es casual: jueces y fiscales son un engranaje del modelo extractivo.

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Explotación de litio en el Salar del Hombre Muerto. Foto: Susi Maresca/Minga. Fotos libres para la soberania alimentaria y el buen vivir.

Ayer y hoy

Se cumplió un siglo de la Masacre de Napalpí (Chaco), cuando cientos de indígenas qom y moqoit fueron asesinados por resistirse al trabajo esclavo. El mismo Chaco que continuó con una política sostenida de marginación, discriminación, violencia y despojo de tierras. Una muestra más (por si hiciera falta): la provincia encabeza las estadísticas de desmontes.

«Marcha multisectorial contra el hambre y por la dignidad», es el título de la convocatoria del Movimiento de Naciones y Pueblos Originarios en Lucha y de la Federación Nacional Campesina (entre otros). Se realizará el jueves 8 de agosto y entre sus argumentos centrales resalta: «El Chaco es la provincia con mayor cantidad de pobres e indigentes de Argentina y El Impenetrable la zona más pobre y postergada del Chaco. En la provincia, cuatro de cada diez niños y adolescentes, no llegan al nivel mínimo de alimentación. Eso aumenta en forma alarmante en el norte, donde aumenta la tuberculosis». Y denuncia que desde hace ocho meses no se entregan alimentos y casi no funcionan los comedores escolares.

Entre las últimas medidas del gobierno nacional sobresale el RIGI, que ya provocó el rechazo unánime de asambleas socioambientales y pueblos indígenas, de norte a sur del país. “Sepan el gobierno y las corporaciones mineras que no tendrán seguridad jurídica en territorios indígenas”, advirtió la Coordinadora del Parlamento Mapuche Tehuelche de Río Negro.

«Pachamama no los perdones porque saben lo que hacen», grita una bandera enarbolada en 2013, en una masiva movilización frente a la Legislatura de Neuquén, al momento de aprobarse el pacto con la multinacional Chevron para explotar Vaca Muerta.

«Fracking seguro», era el eslogan empresario-gubernamental-mediático de entonces. A más de una década de aquello, el desastre ambiental está a la vista: desde derrames y basureros contaminantes hasta sismos. Y Neuquén está muy lejos de ser la provincia próspera que prometían.

No hay estadísticas actuales de la cantidad de conflictos en territorios indígenas. Los últimos datos (2015), de Amnistía Internacional, señalan un piso de 183 disputas, en su gran mayoría motivados por el avance de industrias extractivas y gobiernos sobre territorios de comunidades originarias. “Da cuenta de la situación de violencia y exclusión que viven los pueblos indígenas. Las comunidades exigen el cumplimiento de sus derechos frente a gobiernos (municipales, provinciales, nacional), empresas (agropecuarias, mineras, petroleras, de turismo, entre otras), y ante jueces y fiscales del Poder Judicial que desoyen las normativas vigentes”, resaltó Amnistía.

En tiempos de crisis climática y eventos extremos, no hay dudas de que la mayor biodiversidad del planeta está en territorios indígenas y campesinos. Hasta Naciones Unidas reconoció que los pueblos originarios son imprescindibles para proteger la biodiversidad y contrarrestar el cambio climático.

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Bloqueo de ruta en Andalgalá contra la megaminería. Natalia Roca/Minga. Fotos libres para la soberania alimentaria y el buen vivir.

Pachamama, Galeano y Doña Guilla

«En los pueblos de los Andes, la Madre Tierra, la Pachamama, celebra hoy su fiesta grande. Bailan y cantan sus hijos, en esta jornada inacabable, y van convidando a la tierra un bocado de cada uno de los manjares de maíz y un sorbito de cada uno de los tragos fuertes que les mojan la alegría. Y al final, le piden perdón por tanto daño, tierra saqueada, tierra envenenada, y le suplican que no los castigue con terremotos, heladas, sequías, inundaciones y otras furias. Ésta es la fe más antigua de las Américas”, resumió Eduardo Galeano.

Y «Doña Guilla», como todos la conocen a Guillermina Guanco resume con dulzura de abuela y firmeza diaguita: «La Pachamama nos ayuda todo el año, nos da agua y nos ayuda en la lucha. Por eso le agradecemos. Ella nos ha enseñado para seguir defendiendo el territorio, que no es solo para los pueblos indígenas… porque sepan allá lejos que el agua, el aire y la biodiversidad que cuidamos es para todos, también para los que viven en los valles y en las ciudades».

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