José Sacristán revive a Fernán Gómez en un homenaje emocionante de maestro a maestro

Desde su estreno el pasado 24 de octubre en el Teatro Palacio Valdés de Avilés, la obra El hijo de la cómica ha recorrido España como una pieza viva, palpitante, capaz de transformar el recuerdo en presencia. Su paso por el histórico Teatro Cervantes de Málaga —dos funciones abarrotadas— confirmó que esta versión no es un simple rescate de un texto, sino un acto de amor, de lealtad y de memoria firmado por un artista que ya es parte esencial del teatro español: José Sacristán.

A sus 88 años, Sacristán no solo interpreta; también escribe, adapta y dirige este montaje que toma como columna vertebral la primera parte de El tiempo amarillo, las memorias en las que Fernando Fernán Gómez relató sus primeros veintidós años de vida. Desde su nacimiento en Lima en 1921 hasta su irrupción como actor en 1943, el relato avanza entre sobresaltos históricos —la dictadura de Primo de Rivera, la República, la Guerra Civil, la represión de Franco— y la intimidad de un niño criado entre pensiones humildes, afectos frágiles y mujeres fuertes y tenaces: su madre, la actriz Carola Fernán Gómez, y su abuela Carolina Gómez, quien lo crió, mientras su progenitora deambulaba de tabla en tabla. 

Sobre el escenario, Sacristán se convierte en montón de voces y cuerpos, que aparecen y desaparecen entre un espacio escénico sugerido con objetos del cine y del espectáculo, casi como si el público entrara en una ensoñación. En esa atmósfera, el actor recrea los tropiezos de un joven que crece sin el reconocimiento de su padre, que descubre los libros con voracidad, que sobrevive a colegios severos, trabajos mal pagados y al desconcierto de un país fracturado. Y, sobre todo, que se inicia en el oficio que lo acompañaría toda la vida: el teatro.

La función es más que una mirada biográfica. Es un recordatorio de que las historias personales también se construyen con silencios, pérdidas y resistencias; de que entre la infancia y la vejez media apenas un instante; y de que el arte, cuando la vida se estrecha, puede ser tabla de salvación. La obra avanza como una larga caminata emocional de sentimientos de desamparo por la guerra, la pobreza y la ausencia de figura paternal; pero también por la ternura de un linaje femenino que sostuvo a un niño destinado a convertirse en una figura imprescindible de la cultura europea.

Para Sacristán, este proyecto —el más íntimo y personal, de una carrera que suma ya más de seis décadas— es una deuda sentimental con quien fue amigo y maestro, con quien no solo compartió el oficio de interpretar, sino la carrera de vivir. De Fernán Gómez aprendió, según confiesa, “a escuchar el mundo”. Ahora, con esta lectura dramatizada de hora y media, le devuelve esa enseñanza transformada en teatro: historias compartidas, sueños que sobreviven al tiempo y una humanidad que se expande más allá de los libros y los escenarios.

El hijo de la cómica no solo homenajea a un creador inmenso —actor, director, novelista, escritor, una voz mayor de nuestro siglo—; también invita al público a mirarse en el espejo de una vida ajena para descubrir algo de la suya. Porque recordar, aquí, no es nostalgia: es resistencia. Y es, también, amor y arte.

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